Índice
Ladera del Zenete y Albaicín Bajo
1- Balcones para la primavera
2- Llega la primavera y no lo parece
3- Primera página del cuaderno del anciano
“Lo más hermoso de la vida”
30 de marzo: Las lilas, flores de primavera
31 de marzo: Los sueños que nos trascienden
1 de abril: Por el jardín de un carmen granadino
5 de abril: Por el aljibe del Zenete
6 de abril: Por las estrechas calles del Albaicín Bajo
7 de abril: Por la calle de Bocanegra
8 de abril: Hacia el Carme de los Escudos
10 de abril: Algunas aves en los jardines de los cármenes
11 de abril: Lluvias de primavera
14 de abril: Rocío de primavera
4- Algunas flores de primavera en el Albaicín Bajo
19 de abril: Por el Carmen de los Monfies
Río Darro, Paseo de los Tristes, Cuesta de los Chinos
Alhambra y Carmene de los Mártires
1- Balcones para la primavera
Ya te he dicho que el mirador de la Lona, en un extremo del Albaicín, es punto y final o comienzo de la Granada Alta. A un lado, a la derecha según se mira para la vega, queda la Cuesta del Carril de la Lona. A la izquierda, mirando para la vega desde esta atalaya del Mirador de la Lona, queda la Cuesta de Quirós. Dos hermosas calles que suben desde los extremos de la ciudad y se juntan justo en lo más alto. En uno de los balcones naturales más bellos de esta ciudad, frente a la amplia vega y el sol de la tarde. El mirador natural frente al sol de la mañana es San Nicolás.
Pues desde aquí, en los primeros días de la primavera, se ve, se observa y se medita, un mundo muy original. Nuevo cada día, mañana o tarde, y especialmente bello por las noches. Por eso justo en este punto puse fin a mi relato del invierno en Granada y doy comienzo al que contará la primavera. Es un sitio éste, ya lo he dicho, que merece no solo un fin y un comienzo sino un sencillo y hondo libro. La primavera en Granada, observada y contada desde este balcón, tiene un matiz especial. Lo estoy viviendo y por eso lo escribo. Y también digo que el balcón de la izquierda, donde la pequeña plaza de la Cruz de Quirós, hay un algo especial para dar comienzo a la primavera. Un rincón estrecho, muy elevado en la ladera del cerro, recogido en sí, frente al sol de la tarde, empedrado, perfumado con el aire que sube desde la vega y lleno de un misterio muy concreto. Como si fuera algo que completa a la gran ciudad de Granada pero al mismo tiempo personal y nuevo.
2- Llega la primavera y no lo parece
A veces parece que las cosas son al revés de cómo esperamos o debiera. Como el caso de la primavera que acaba de llegar. Justo el último día de invierno el clima cambió por completo. Cuando todavía la Semana Santa caminaba por las calles de Granada. Fue la semana pasa, exactamente.
De la noche a la mañana bajaron las temperaturas, se nubló mucho el cielo, llovió un poco, nevó mucho sobre las cumbres de Sierra Nevada, sopló con fuerza el viento y todo parecía entrar en un crudo invierno. Han pasado los días, hoy es ya veinticinco de marzo, y el clima sigue con este aspecto. Hace frío por las noches, sigue muy nublado y no llueve. Y la primavera parece como si no se viera por ningún lado. Y sin embargo, es primavera. Muchos árboles ya se han vestido con trajes de preciosas florecillas y lo mismo muchos jardines y laderas del río Darro. Y hasta los jóvenes universitarios se preparan para celebrar “la fiesta de la primavera”. Pero esto es otro cantar en la verdadera primavera de Granada. Ellos se concentran para gritar, bailar y beber, bajo el pretexto de la llegada de esta hermosa estación del año y no le hacen ningún honor a ella. Su celebración es otra cosa. Y sin embargo, es primavera. Empiezo yo a observarla y me preparo para verla por muchos de los recogidos rincones de Granada. Y, especialmente, desde el Albaicín Alto, en el pequeño mirador de la Cruz de Quirós.
Ayer, cuanto ya se iba ocultando el sol por el fondo de la ancha vega, desde este pequeño mirador, contemplaba la tarde. Solo algunos turistas, subían o bajaban por la empinada cuesta y al fondo se palpaba el latir de la ciudad. Y meditaba tu lejanía y ausencia desde hace ya casi un año y, a ratos, pensaba en el Cortijo de la Viña. Ya sabes: el fantástico edén al norte de Granada y donde tiene su palacio la princesa guapa y el borriquillo Sinombre. Meditaba y me decía que también tengo que hablar de ella y de este rincón, cuando oí que alguien llegaba por mis espaldas. Volví mi cabeza y, ante mis ojos, me la encontré. Sí, era ella que, sin más rodeos, me dijo:
- Vengo para decirte que en el Cortijo de la Viña ya es primavera.
- También lo es en la ciudad de Granada.
- Y sin embargo, fíjate cómo blanquean las cumbres de Sierra Nevada.
Sobre estas altas cumbres, en estos últimos días de invierno, ha caído mucha nieve. Tanta que la nieve llega hasta las partes bajas. Le dije:
- La nieve es buena. Se necesita para que haya agua en la ciudad y en la vega. El río Genil, el que bien sabes tú que baja desde aquellas elevadas cumbres, es el que nos trae la vida. Ahora que llega la primavera, todas las plantas brotan y echan flores. Y en los jardines, públicos y privados de Granada, hay muchas plantas. Y a esta ciudad ya sabes que vienen muchos turistas. Este invierno ha sido de los más secos del siglo y por eso necesitamos agua. Y, ya que no ha llovido, al menos la nieve de Sierra Nevada, nos aliviará un poco.
Junto a mí, en el pequeño mirador de la Cuesta de Quirós, la niña se sentó. En sus manos traía un cuaderno. Lo miré y, antes de que me dijera nada, adiviné qué es lo que en este cuaderno hay escrito. Y me lo confirmó diciendo:
- El Anciano amigo nuestro nos ha dejado en herencia todos sus escritos. Ya lo sabes. Y, de entre los muchos cuadernos suyos, hoy he cogido éste. Y no es porque aquí haya dejado escrito él algún hermoso relato de primavera aunque yo creo que sí.
Me mostró las tapas del cuaderno y, en letras grandes, vi escrito el título: “El Joven de la Túnica blanca”. Me siguió diciendo:
- Esta historia, para mí, es una de las más hermosas que escribió nuestro amigo. Me gusta mucho. Y por eso ¿sabes qué he pensado?
- Dímelo.
- Ahora que empieza la primavera y tú te has propuesto escribirla para regalársela a la persona que ha sido nuestra mejor amiga, he pensado que podrías hacerlo usando como cimiento la historia que hay escrita en este cuaderno.
Medité un minuto y luego le pregunté:
- ¿Por qué crees tú que es una buena idea contar las cosas de la primavera en Granada usando como cimientos la historia del cuaderno del Anciano?
- Porque merece que se sepa la historia tan bonita que aquí ha dejado escrita. Y porque es una muy perfecta y profunda pincela de la belleza de Granada.
Frente a nosotros, con los últimos rayos del sol de la tarde, silenciosa la ciudad. Y al mirador pequeño de la Cuesta de Quirós, llegaban y se iban algunos turistas. Todos hacían fotos y alguno que otro preguntaba. Al fondo y en el mismo centro de la ciudad, la robusta silueta de la catedral. Le dije a la niña:
- Yo también pienso que será muy bonito contar la primavera en Granada sobre el relato que el Anciano ha dejado escrito en su cuaderno. Esta misteriosa ciudad, aplastada en los cerros y laderas y extendida por la llanura de la vega, merece un tratamiento especial a la hora de escribirla. ¡Hay tantos matices en cada callejuela, jardincillo, luz y sombra! A ahora en primavera, ya está viendo. Como si todo fuera un dulce sueño que lentamente se abre para que lo gocemos despacio.
Me alargó el cuaderno y otra vez me dijo:
- Que lo que en estas hojas hay escrito te sirva como tierra para sembrar las flores, luces, colores y olores de la primavera en Granada. Habla de ella y habla de las tardes, mañanas, calles, rincones y plazas y habla de la belleza y de la eternidad. Todo es ausencia desde que se marchó nuestra amiga y todo es espera desde que nos falta el Anciano. Pero Granada, como bien dices tú, es como un sueño que solo mirarlo llena de paz el alma. El Anciano así lo vio y ella de igual modo lo soñó. Cuéntalo todo desde el corazón para que muchos veamos lo que hay dentro del corazón de la primavera de Granada. Tal como ha hecho siempre el Anciano del cortijo del Laurel: describir y hablar de las cosas siempre desde dentro, desde el corazón de las cosas, paisajes, atardeceres, luces, sombras…
Y digo que tiene razón la niña del Cortijo de la Viña. Te voy a contar la primavera en Granada desde el corazón. Es lo mejor de todo. Porque de este modo es como el corazón se alimenta y porque la sinceridad de las cosas es lo que de verdad es bello y vale por encima de todo.
3- Primera página del cuaderno del anciano
“Lo más hermoso de la vida”
Lo más hermoso de la vida es soñar. Mucho más hermoso que ser muy rico y tener mucho dinero. Más hermoso aun que la misma vida y mucho más placentero que la realidad más perfecta.
Y lo más difícil de la vida es conseguir hacer real los sueños que soñamos. Muy pocas veces, en la vida, lo logramos. Pero lo segundo más hermoso de la vida es luchar por los sueños que soñamos. Y en la lucha por alcanzar lo que soñamos es donde gastamos la vida entera. Así que la vida es solo una lucha por materializar el sueño que en el corazón llevamos. No hay más. En este sencillo esquema se encierra la vida de todas las personas que vivimos en esta Tierra.
Pero una cosa más tengo muy claro: en la lucha por hacer real el sueño que llevamos dentro, es donde se encuentra la gran verdad. No en el sueño que soñamos ni en la realización de este sueño, sino en el esfuerzo por conseguirlo. En esto gastamos la vida entera y es donde vamos encontrando, a veces alegría, otras veces, desánimo, cansancio, ilusión, gozo… Todo, todo aquello de lo que está hecha nuestra vida. La parte espiritual y la parte material.
Esto es lo que me decía a mí mismo la otra noche, mientras, pensando en ti, me iba quedando dormido en la solitaria habitación que me cobija y al fresco vientecillo del verano. Y me quedé dormido. Tuve un sueño y en él seguía pensando que lo mejor de la vida es luchar por el sueño que, en el alma, cada uno llevamos. Era por la tarde. Me vi caminando por algunos de los rincones de Granada, buscándote. Por algunos de los sitios que sé has estado. Y, aunque sabía que no iba a verte, ni ahora ni nunca, caminaba ilusionado. Y, mientras iba caminando y mirando las cosas y a las personas, me decía a mí mismo que tenía que encontrar la manera de contarte, en un sencillo relato, lo que siento y lo que sueño. Para que sepas lo que has sido y lo que has dejado por esta ciudad de Granada.
30 de marzo: Las lilas, flores de primaveraLas casas, en el barrio del Albaicín, casi todas son viejas. Y, muchas de ellas, tan antiguas que se caen a pedazos. Aunque la mayoría ya están restauradas y siguen siendo casas. Quiero decir que, en este barrio del Albaicín, hay pocos pisos. Las típicas viviendas modernas y más en las grandes ciudades. En este rincón de Granada, la mayoría de las viviendas, son casas. Y, en algunos trozos del barrio, más que en otros.
¿Y qué ventajas tiene que en este barrio haya tantas casas y no pisos modernos? Con la niña lo comentaba ayer por la tarde. Sentados en el recogido mirador de la Cuesta de Quirós, en la pequeña explanada de lo que fue la entrada al Ojo de Granada, me decía:
- En el Cortijo de la Viña ya han florecido las lilas.
Le contesté:
- Y también en los pequeños jardincillos de muchas de las casas del barrio del Albaicín.
- ¿Cuántas casas con jardín, huerto y ciprés hay en la ciudad de Granada?
- Varios cientos.
- ¿Y en todos los jardines de estas casas tienen lilas sembradas?
- En muchos sí y en otros limoneros, nogueras, parras, palmeras… Ya sabes tú que esto es una de las características de las casas en el barrio del Albaicín.
- ¿Y si en lugar de haber tantas casas viejas fueran pisos modernos?
- Pues que las lilas por aquí, en estos primeros días de primavera, no habrían brotado.
Hoy ya es treinta de marzo. Se abre el día sin nada de nubes, todo el cielo despejado, cantan las abubillas y arrullan las tórtolas y hace fresco. Pero en la mañana de este día de primavera, lo mismo que ayer por la tarde cuando se ponía el sol, el aire huele a flores de lilas. No todas pero sí muchas, han brotado en los patios y jardines de las casas viejas del barrio del Albaicín. Algo hermoso que no ocurre en ninguna otra ciudad del mundo. Ni siquiera en otros rincones de esta ciudad. Por eso la niña, ayer por la tarde, frente a una puesta de sol muy bella, me seguía comentando:
- Si el Anciano estuviera y si estuviera la amiga que se marchó qué hermosa sería ahora por aquí la primavera.
- La primavera siempre es hermosa. Y, de una forma especial, en este lugar de la tierra. Pero lo que dices es cierto: si ellos estuvieran, todo por aquí tendría otra belleza.
Y sería así ciertamente. Ya las lilas han florecido en muchos de los jardines de las casas viejas del Albaicín. Y con su perfume se impregnan todas las calles, rincones y plazas. Y la primavera vista, saboreada y meditada desde el mirador del Ojo de Granada, tiene un matiz especial. Y más lo tendría si el Anciano estuviera y si estuvieras tú.
Faltas
pero el Supremo jardinero,
de flores guapas,
llena cada día los jardines
de Granada
Flores delicadas
que al llegar la primavera
brotan y exhalan
el perfume de la tierra
en la mañana.
Estrellas moradas,
lilas frescas
que regalan
sus esencias al corazón
y al alma.
Primavera azul.
tardes templadas,
oración consoladora
que callada
irradia perfume de flores
y salvan.
31 de marzo: Los sueños que nos trascienden
En algunos de los patios y pequeños jardincillos de muchas de las viejas casas de este barrio también crece la glicinia. Una delicada planta que florece justo en estos primeros días de la primavera. Y es tan espectacular que sus ramilletes de flores cuelgan y se desbordan por encima de las pareces que protegen a estos jardincillos y patios. Porque la Glicinia japonesa, Wisteria floribunda, abre sus flores en grandes racimos colgantes, de hasta 25 cm de longitud. Son de color azul violáceo, aunque hay también variedades con flores blancas o rosas. Estos manojos de flores siempre desprenden un fino perfume. Y la glicinia hecha las flores antes de que aparezcan las hojas. También brotan racimos más pequeños en verano-otoño en una segunda floración. Y la planta pueden tardar varios años en comenzar a producir flores. Los frutos aparecen tardíamente en forma de bayas colgantes, verdes y aplanadas. Las semillas y vainas son muy venenosas si se ingieren. Se usa, muchas veces esta planta, para cubrir porches, pérgolas, muros o paredes de edificios o trepando por los árboles.
Pues ayer por la tarde, último domingo del mes de marzo, hasta nosotros llegaba el olor de las flores de esta planta. Como si todo el barrio del Albaicín y, en especial, por este lado del Zenete, estuviera impregnado de este grato olor. Un poco antes de ponerse el sol, en la plaza que hay por delante de lo que fue el Ojo de Granada, la niña tenía el cuaderno del Anciano en sus manos. Miraba ella al sol que ya se iba allá por la profunda vega y, de vez en cuando, me miraba a mí. Los dos respirábamos el aire fresco que de la ciudad subía. Y miraba ella las pequeñas matas de hierba que, por entre las piedrecillas del empedrado, ya han nacido. Son algunas de las señales, además de las flores en los patios y jardines, propias de la primavera en esta ciudad de Granada.
La tarde, solitaria a pesar de los que, de vez en cuando, algunas personas subían por la empinada Cuesta de Quirós. Y de fondo, como un leve y sordo sabor a tristeza. Es el de tu ausencia que vive con nosotros desde que te fuiste. Como si desde que te marcharas al alma le faltara un trozo de la vida propia. Pero la niña, de esto no me decía nada. Con el cuaderno del Anciano en sus manos, lo abrió por el centro, me mostró unas de las páginas y me dijo:
- Escucha y verás qué cosas más hermosas ha dejado estas aquí el Anciano.
Y no le dije nada. Simplemente esperé y puse atención a lo que me anunciaba. Y leyó lo siguiente:
- “¿Sabes? En la vida, al final de todos los tiempos, no quedará nada más que nuestros sueños. Un día, como en un abrir y cerrar de ojos, nos encontraremos delante de Dios. Y frente a nosotros aparecerá un mundo hermoso, muy distinto a éste y transformado. Allí todo será dulzura y belleza. Y allí, lo más importante, lo que permanecerá luminoso por encima de todo, será precisamente esto: el sueño que cada uno hayamos tenido en esta tierra. Porque los sueños siempre nos trascienden y por eso ellos son los que nos dejarán eternos. Al final de todos los tiempos, solo tendremos con nosotros y para siempre, nuestros propios sueños”.
Cerró la niña el cuaderno del Anciano, me miró de nuevo y luego observó los ramilletes de flores moradas que rebosaban por encima de la pared de la casa. En el viejo patio de una casa vieja ha la primavera de este barrio, ha brotado la primavera. Me preguntó ella:
- ¿Llamamos a la puerta y pedimos permiso a ver si nos dejan entrar y la vemos?
1 de marzo: Por el jardín de un carmen granadino
La puerta es de hierro forjado. De la mitad para abajo toda maciza y en la parte de arriba, con rejas. Para que las personas que pasan por la calle se puedan asomar y ver las plantas que decoran en el patio. Un espacio que es jardín, algo de huerto, piscina, fuente y asientos para el recreo. ¿Y qué plantas son las que en este patio crecen?
La niña y yo nos acercamos, buscamos el timbre y llamamos. De momento, dos perros nos reciben con sus ladridos, uno negro y el otro lanudo color blanco y negro. Los calma la niña diciéndoles que somos personas de paz y callan. Por la reja de la parte alta de la puerta miramos mientras esperamos que alguien nos conteste por el portero automático. Las flores de la glicinia cuelgan espesas, como si chorrearan en una lluvia de colores, traspasadas por la luz de la tarde y mecidas por el vientecillo amable. Me dice ella:
- ¡Mira qué precioso! Parece de película y por eso da pena que no esté ni el Anciano ni la amiga del país infinito, allá donde todo es blanco.
Siento que el corazón se me encoge y más cuanto mayor es la belleza del cuadro que frente a nosotros se abre.
Porque ciertamente es verdad: recorrer hoy otra vez Granada para regalártela y encontrarla tan engalanada de primavera y que no estés ni sepas nada, duele con un dolor que se hace nudo en la garganta. Cuando no se pueden compartir las cosas bellas que se aman, parece que hasta el aire que roza es triste. Como si la vida no supiera a nada. Se oye, en estos momentos, el canto de un mirlo y los arrullos de una tórtola. Me vuelve a decir la niña:
- Si nos dejan entrar y nos dan permiso, hazle fotos a todas las flores que en este jardín crecen. A las enredaderas y a las parras, a las lilas, tulipanes, lirios, a los granados y a las nogueras. Como si fuera éste el único carmen, casa con jardín, fuente y ciprés, que hubiera en todo el barrio del Albaicín y en el mundo entero.
- ¿Estás pensando en mandarle a ella todas estas fotos y lo que escribamos?
- Se las podríamos mandar y podríamos también ofrecerlas como un homenaje más a nuestro amigo el Anciano.
Mientras esperamos en la puerta la niña habla con el perro negro. Y, mientras habla con él me dice quedamente:
- El Anciano escribió con un estilo muy sencillo pero para mí muy bello. Y, de su manera, de escribir lo que más me gusta es la forma en que subraya las cosas. Sin negritas ni mayúsculas pero destacando, palabras, frases o pensamientos, con una singularidad tal que gusta mucho y llena.
Y, voy a preguntarle a ella para que me aclare lo que comenta, cuando vemos que al fondo se abre la puerta. Una puerta pequeña que hay al final de largo y estrecho pasillo que atraviesa el jardín de un extremo a otro. Y por la puerta sale una señora. Nos saluda y desde la distancia dice:
- Esperad un momento que me acerco. Con los ladridos de los perros y el de los coches no oigo nada de lo que me decís por el portero automático.
Esperamos y, en unos segundos, ya está a nuestro lado. Nos da las buenas tardes y enseguida la niña le dice:
- Estamos recorriendo algunos de los rincones de Granada para escribirlos y sacarle fotos ahora en primavera. Y, al pasar por aquí hemos visto las flores de tu jardín. ¡Son preciosas! ¿Nos das permiso para entrar y verlas de cerca y hacerle fotos?
- ¡Claro mujer! Pasad con toda confianza que esta casa mía es vuestra casa.
Y abre la cancela de hierro. Nos invita a entrar y a que recorramos su jardín por donde nos apetezca.
Le damos las gracias y la niña comenta de nuevo:
- Este jardín tuyo es como una muestra muy importante de la primavera en Granada.
- Muchos me dicen eso pero ahora lo tengo un poco abandonado. Y aun así es verdad que este jardín mío tiene abundantes árboles y flores. ¿Es que estáis escribiendo un libro?
- Lo estamos intentando.
- ¿Para venderlo y sacar dinero?
- Solo por capricho y para ofrecerle un recuerdo a dos personas que ya no están ni en Granada ni con nosotros y hemos querido mucho.
- ¡Cuánto lo siento! ¿Eran vuestros amigos?
- Mucho más que eso. Los dos, ella y el Anciano, han sido como trozos en lo más hondo de nuestros corazones. A nadie hemos querido nunca tanto en nuestra vida como a ellos.
- ¿Y dices que uno era un Anciano?
- Nosotros lo hemos llamado siempre así aunque en su corazón tenía y tiene tanta juventud como el más joven que tú hayas conocido nunca.
- Pues no hace mucho tiempo pasó por aquí, también un día, un anciano muy bueno que iba en compañía de un joven vestido de blanco. Si acaso luego, cuando terminéis de ver este jardín mío, os sentáis aquí un rato conmigo y os cuento.
- Lo que tú quieras eso haremos.
Subimos los tres escalones de la entrada y enseguida estamos bajo el emparrado de los ramos de glicinia. Moradas y abiertas y exhalando perfume a chorros.
- Parecen los panales de un enjambre.
Comenta la niña. Y le digo yo:
- Y como si colgaran del cielo mismo ¿verdad?
Justo debajo del emparrado que sujeta a las flores de glicinia, están los bancos. Tres y son de hierro forjado, pintados en blanco. Nos aclara ella, la dueña de este carmen y buena persona:
- Antes y en verano, donde ahora cuelgan estos ramilletes de flores, poníamos un toldo. Para que nos diera sombra. Pero al mismo tiempo también daba mucho calor. Como no dejaba pasar el aire siempre hacía bochorno. Por eso sembramos esta enredadera. Ya estáis viendo qué florida se pone nada más llegar la primavera. Y, antes de que se le acaban las flores, hecha las hojas. Muchas, todas muy verdes y espesas. Su sombra es mucho más fresca y densa que la del toldo.
Y la niña comenta:
- Es una idea estupenda.
Frente a los bancos y en el mismo centro del rectángulo que forma el jardín está la piscina. Tapada con una lona para que el paso del otoño, invierno y primavera no la ensucie. El viejo limonero cargado de limones queda cerca de la piscina y, los arriates de los tulipanes, llenan toda la pared de la derecha. Ya la primavera también les ha dado vida y se abren frescos mostrando sus brillantes colores. Al fondo del rectángulo se ven los setos de mirto que quedan rematados por un gran mechón de cañas de bambú. En el mismo centro del gran rectángulo y, junto a la piscina, crece la noguera. Ya mostrando también sus nuevos brotes, frescos y de colores y, junto a ella, el ciprés. Pegado al tronco se encuentra la fuente con sus dos chorrillos de agua clara y el pequeño naranjo y un cerezo florecido. Como si arroparan a la fuente para darle frescura al agua y que huela a azahar.
A todo le hago fotos. Y también a los limones y a las blancas flores del limonero. Ya le han brotado y hermosas se muestran por entre los amarillos limones y las verdes hojas. También han brotado las flores del naranjo y las del cerezo. Por eso me dice la niña:
- Lo mismo que en nuestro Cortijo de la Viña.
El perfume del azahar se mezcla con el que mana de las flores de la glicinia y por eso por todo el recinto hay un denso olor a cielo. Cientos de abejas revolotean libando en las florecillas y canta un mirlo. Sus trinos se funden con el rumor del agua de la fuente y los golgojeos de algunos gorriones. De nuevo comenta la niña:
- Tu carmen es precioso y la primavera te lo está vistiendo con sus mejores galas. ¿Sabes tú cuántos cármenes como éste hay en el Albaicín y en Granada?
- Muchos, hija mía. Granada entera y más ahora en primavera, está llena de jardincillos floridos y olorosos. Si no lo crees te animo a que la recorras ya verás como no te miento.
La tarde va cayendo. Mientras la niña y yo despacio hemos ido observando cada rincón del jardincillo, la dueña nos ha acompañado. Al lado nuestro nos ha ido contando la historia y nombres de cada una de las plantas y nos ha dado ánimo. Sintiéndose orgullosa de mostrarnos su casa. Al final, se ha sentado en uno de los bancos de hierro. Le he ofrecido el libro que llevo en mis manos y le he dicho:
- Son algunas de las fotos y lo que hemos escrito del invierno que hace unos días ha terminado.
Con interés lo ha cogido y se ha puesto a mirar las fotos y a leer algunos de los párrafos. Ha preguntado:
- ¿Y qué pretendéis hacer con todo este material tan original y bueno?
Junto a ella, en los otros bancos, nos hemos sentado nosotros. Yo con la máquina llena de fotos y la grabadora atestada de información. A la pregunta que la dueña ha hecho la niña ha respondido:
- Ojalá pudiéramos publicarlo para que muchas personas vean y lean algunas de las abundantes cosas bellas que hay en Granada.
Se produce un breve silencio. La duela sigue pasando las hojas del libro. Comenta algunas de las fotos y luego dice:
- el anciano que hace un tiempo pasó por este carmen mío, también traía con él un cuaderno. Lo acompañaba un joven vestido de blanco y los dos decían que iban buscando a una princesa. Pero más la buscaba el joven que el Anciano. Decía que ella había venido a este lugar de la tierra, en busca de un sueño. Me preguntaron que si yo la había visto y le dije que no.
En sus manos la niña tenía el mismo cuaderno que la dueña había visto al Anciano. No dije nada pero sí pensé que podría mostrárselo a la amable mujer que nos estaba dejando ver su jardín. No lo hizo. Y tampoco comentamos nada ninguno de los dos, ni del joven ni del Anciano. Observamos, durante unos segundos, el ramillete de rosas de pitiminí que rebosaba por encima de la tapia. Recortadas sobre el fondo verde de algunos cipreses y otros árboles. Dijo de nuevo la buena mujer:
- Todavía no ha llegado del todo la primavera. Y como este año no ha llovido casi nada, las plantas no tienen mucha fuerza. Pero si volvéis por aquí luego en el mes de mayo ya veréis vosotros qué bonito está todo esto.
Le damos las gracias y le decimos que sí, que si podemos, luego en el mes de mayo, volveremos.
- Pero ya esta tarde tú has sido muy amable con nosotros. Nos has tratado como si fuéramos tus amigos verdaderos.
5 de marzo: Por el aljibe del Zenete
Hoy ya es sábado cinco de marzo. Hace fresco al amanecer pero no hay ni una sola nube ni señales de que en los próximos días pueda llover. Sin embargo, al comentarlo con la niña, me ha dicho:
- Parece que a partir del domingo sí se van a presentar las lluvias.
- ¿Por qué lo sabes?
- Tengo noticias y son muy fiables. Y puede ser que ahora sí llueva como no lo ha hecho en todo el invierno. Creo que marzo y abril van a ser dos meses lluviosos.
Nos hemos venido al pequeño mirador que hay por encima del aljibe del Zenete. Una antigua construcción bien conservada que hay justo en el centro de este trozo del Albaicín Bajo. Y desde este mirador, trazado y elevado como si fuera un balcón en mitad de la Cuesta de Quirós, observamos la ciudad y la zona que tenemos cerca. No hay por aquí muchas señales de primavera. Las calles todas son estrechas, las casas bajas y chicas y las plantas muy escasas. Solo junto a la construcción del aljibe hay un pequeño trozo de tierra con algunas adelfas, pitas, chumberas y poco más. Sí también algunas macetas en las ventanas y lo demás calles y casas. La estrecha y larga del Zenete que viene desde Cuesta Alhanaba y se junta con la Cuesta de Quirós un poco antes de la plaza de San Gregorio. Me dice ella:
- Por este rincón de Granada la primavera casi no tiene presencia.
Y estoy de acuerdo.
Y, sin embargo, le digo:
- Pero lo que hay es bueno que lo contemos. Las cosas tal como son.
Y entre otras pequeñas peculiaridades, por este rincón hay mucho silencio, se ve una gran extensión de casi toda la ciudad y parte de la zona baja del Albaicín. Son importantes las puestas de sol que se ven desde aquí y el ruido de los coches ni se percibe. Por eso es mucha la tranquilidad.
6 de marzo: Por las estrechas calles del Albaicín Bajo
La calle baja desde el mirador que hay sobre el aljibe del Zenete. Y la calle es ancha, empedrada toda ella, descendiendo por la cuesta en escalones anchos y escoltada, a derecha y a izquierda, por paredes. En la esquina tiene un farol y una salida por la izquierda. Lleva esta salida a la entrada de un carme que se alza por aquí.
Con el cuaderno en sus manos la niña me dice:
- En este barrio del Albaicín y más por este rincón siempre parece que nunca el tiempo pasa. Como si la primavera, el verano, el otoño o el invierno fueran una misma cosa. Y como si las casas, las calles y las plantas, siempre estuvieran esperando y nunca llega lo que esperan.
- Es cierto y además, fíjate que las pocas personas que por aquí pasan lo hacen también como fuera del tiempo. Como si buscaran, por entre estas callejuelas, algo que ni saben qué es. Pero lo buscan con gran interés.
Segunda puerta en la segunda calle por la izquierda. Una vieja palmera emerge por entre las blancas paredes. Como si no estuviera clavada en la tierra y solo pretendiera irse al azul del cielo. Ya aquí, la calle Cuesta de Quirós se ensancha mucho, es más llana, deja de tener escalones pero sigue empedrada. Algunos rosales y claveles en este jardín de la palmera que también ya tienen sus flores abiertas. Para estas plantas ha llegado la primavera pero son poca cosa en este viejo y prieto rincón del Albaicín Bajo.
Le hacemos una foto a la palmera y seguimos. Por la derecha sale una calle que baja buscando calle Elvira. Al frente otra calle y por ella avanzamos. Remonta un poco y giramos para la izquierda. Si continuamos al frente iríamos a salir justo a la plaza de S. Gregorio, donde termina S. Juan de los Reyes y Calderería Alta. Por la izquierda, callejuela estrecha por la que hemos girado y subimos ahora, nos queda un pequeño jardín. Un trozo chico de tierra acotada en la ladera y todo sembrado con cactus. Una muy bella vista sobre la silueta de la catedral. Es ella la que me pide que le haga una foto y que salgan en primer plano los cactus.
- Seguro que ella, cuando la vea, va a gustarle. Ya sabes que en su país no hay cactus y creo que este rincón tampoco llegó a conocerlo. - Le gustará, seguro. Porque además, la foto desde este lugar es fantástica.
7 de marzo: Por la calle de Bocanegra
La calle de Bocanegra se aparta por la izquierda de la calle Cruz de Quirós a los cincuenta metros de comenzar ésta. Tiene una anchura de unos cuatro o cinco metros, empedrada y en leve cuesta al comienzo. Un carmen pequeño por la izquierda y con las plantas rebosando por las paredes del patio. Están repletas de flores amarillas. Calle Cascajar enseguida por la izquierda y lleva justo a la plaza de S. Miguel Bajo. Solo unos metros más adelante y también por la izquierda el carmen de la Muralla de Cadima. También chico pero bonito y con plantas asomando por encima de las paredes.
Me dice la niña:
- Cada vez me asombra más este lado y rincón del Albaicín. Parece como si por aquí se hubieran concentrado las casas más lujosas y bella desde los lejanos tiempos.
- Eso es cierto y por eso la primavera, aunque ya está viendo que ha llegado con poca fueraza, es por aquí especialmente hermosa.
- Y ella, nuestra amiga del país blanco ¿llegó a conocer las callejuelas y plaza de este rincón de Granada?
- Seguro que no. Y, aunque en algún momento recorriera estas callejuelas, lo hermoso por este lugar son las casas por dentro. Y esto si que estoy seguro que no lo vivió.
A unos veinte metros de recorrido, la calle de Bocanegra, termina de remontar y se allana. Otro pequeño carmen por la izquierda. Y en éste no son las plantas las que rebosan por encima de las tapias. Las plantas las han puesto en macetas y lucen colgadas de los balcones. Casi todos son geranios y están repletos de flores. Aparece por la derecha la calle S. José. Es esta calle bastante principal y por eso por ella descienden las procesiones que salen de la iglesia de S. Miguel Bajo. Discurre muy inclinada y, a solo unos metros de este cruce, en la calle de S. José queda la iglesia con el mismo nombre. Rincón chiquito y muy bonito donde se recoge este templo y lugar fantástico para observar la primavera por las laderas de la Alhambra. Vuelve a comentar la niña:
- El Anciano sí dejó escrito, en unos de sus cuadernos, todas estas callejuelas y plazas. Y estoy pensando que, un día, cuando hayamos recogido la primavera y llegue el verano, me traigas por aquí. Nos sentamos en el mejor sitio y me lees el contenido del cuaderno que te digo. ¿Te parece bien?
8 de marzo: Hacia el Carme de los Escudos
El último tramo la calle de Bocanegra, en bajada, cambia de nombre. Se le conoce, en los callejeros y en todo el barrio, con el nombre de Clavel de San José. Y por la izquierda, este último tramo de calle, queda un espacio grande. Toda una manzana no de casas sino terreno acotado con altas tapias. ¿Sabes tú qué es toda esta manzana? Casi exclusivamente los jardines de dos grandes cármenes. ¿Sus nombres? El Carmen de los Escudos y el Carmen de los Monfies. El primero tiene su entrada por la calle Tiña y calle de Santa Isabel la Real y es compañero con el Carmen de los Monfies. Este segundo tiene su entrada por la pequeña calle Cauchiles de San Miguel. El San Miguel Bajo, iglesia y plaza que queda al lado de arriba de estos dos cármenes.
Y son importantes no solo por el terreno que ocupan sino por los jardines que hay en ellos. Por encima de las tapias rebosan las ramas de granados, higueras, rosales de rosas pequeñas, cipreses, palmeras y otras muchas plantas. Por eso, a simple vista y cuando se recorren estas calles, lo que más llama la atención son estos árboles. Clavados en la parte más alta del cerro del Albaicín, las plantas en los jardines de estos cármenes, sobresalen por encima de todas las casas. Asombran por su majestad.
Ayer por la tarde, aunque llovía y hacía viento, al pasar por aquí la niña me decía:
- Le pedimos permiso y si nos deja los vemos. ¿No crees tú que merece la pena los jardines de estos cármenes dentro de la primavera que estamos buscando?
- Sí que merece la pena. Si tenemos suerte y nos dejan será algo muy incesante. Pero la primavera de este año de pronto se ha tornado en invierno. Ayer por la tarde todo el cielo estaba lleno de espesas y negras nubes. Y hacía frío y corría el viento. A ratos llovía y a ratos la ciudad y los tejados de las casas en este barrio relucían recién lavados. Y según las noticias hoy y mañana y quizá todo lo que queda de semana sea invierno. Que llueva, desde luego, porque es lo que más falta hace pero la primavera parece que tampoco llega.
Al llegar a la calle Tiña torcemos para la izquierda y subimos unos metros por ella. Y, al llegar a la puerta, nos paramos. Leemos en la pared: “Carmen de los Escudos”. La puerta es de madera vieja, muy recia, clavos anchos de hierro y una aldaba para llamar. Aldaba, del ár. hisp. aḍḍabba, y este del ár. clás. ḍabbah, literalmente, 'lagarta', por su forma, en origen semejante a la de este reptil. Pieza de hierro o bronce que se pone a las puertas para llamar golpeando con ella. Me dice la niña:
- Por llamar y preguntar no pasa nada ¿verdad?
- Venimos en son de paz y somos personas buenas y educadas. Por llamar y preguntar a nadie hacemos mal.
Y llamamos.
Justo al golpear con la aldaba en la madera la hoja de madera se abre. Aparece un pequeño pasillo empedrado y con gruesas vigas de madera del mismo color que el de la puerta. Al fondo se ve otra entrada y más adentro un ancho patio repleto de plantas con flores. Pero más cerca de nosotros se ven dos jóvenes. Andan pintando unos hierros. Parece una lámpara antigua. Al vernos y verlos la niña les pregunta:
- Nos gustaría hacerle unas fotos a las flores de vuestro jardín ¿podemos?
- Sí, pasad y esperad uno minuto que llamo a mi madre.
Atravesamos la primera puerta y nos acercamos a ellos. Los saludamos cortésmente y, mientras esperamos que aparezca la madre lo grande y hermoso que se ve su jardín. Nos dice que es cierto pero que no es ahora el mejor momento para las plantas.
- No se sabe qué está pasando este año que ni ha llovido en invierno ni hace tampoco buen tiempo en lo que llevamos de primavera.
- Eso es cierto aunque según las últimas noticias en los próximos días todo va a cambiar y será para mucho tiempo.
10 de marzo: Algunas aves en los jardines de los cármenes
Tienen libertad y viven con mucha comodidad. Y, para algunas de ellas, casi no hay diferencia entre el invierno, la primavera o el verano. Ni tampoco del día con la noche. Porque cantan por la mañana, al mediodía, por la tarde y, muchas veces, también cantan a media noche. Ejemplos claros de esto que digo son los mirlos. Hay muchos entre la vegetación en los jardines de los cármenes del Albaicín. Y viven, como ya he dicho, en una libertad y comodidad que ya quisiéramos muchos.
Aquella tarde, mientras ya dentro del patio esperábamos a la madre, hasta nosotros empezó a llegar el canto de uno de estos mirlos. Se le oía por el lado de la izquierda, donde hay un gran ciprés, varios caquis casi centenarios, granados y una espesa hiedra. Y estaba de nosotros a solo unos metros. La niña y yo estamos muy acostumbrados a oír los cantos de estas aves. En el Cortijo de la Viña, edén fabuloso al norte de Granada, hay muchos mirlos. Se les ve a todas horas por entre las ramas de las viejas nogueras, los álamos gigantes, los naranjos, almendros, membrillos y por entre los robles de la ladera del río. Y el canto de estos mirlos resuena casi en todas las horas del día y por todos los rincones de los paisajes del edén en el Cortijo de la Viña.
Aquella tarde, esperábamos a la madre ya entre las plantas del Carmen de los Escudos, cuando al oír el canto del mirlo me dijo la niña:
- Hazle una foto y la recogemos en nuestro cuaderno de la primavera en Granada. Para que también sepa ella que son importantes y tienen su belleza las pequeñas aves entre los jardines de los cármenes en esta ciudad.
Y le hice caso. Porque estaba y estoy de acuerdo que son hermosos los mirlos por estos rincones siempre cantando. Se han adaptado ellos tan bien y viven tan en libertad o comodidad que ya son parte esencial de los jardines en este barrio.
En el Cortijo de la Viña, esta mañana, la niña comentaba conmigo algunas de las cosas en los cuadernos del Anciano mientras, allá a lo lejos, las nieblas se veían subiendo por las laderas. Me decía:
- Las personas que algún día lean los escritos que nuestro amigo el Anciano ha dejado en las páginas de sus cuadernos, se darán cuenta de una cosa importante.
- ¿De qué cosa deberán darse cuenta?
- Que este Cortijo de la Viña, el barrio del Albaicín, los cármenes y Granada entera, nunca podrán ser cosas distintas. Quién no sepa y conozca algo de este cortijo nuestro, sus montañas, valles y ríos, no podrá nunca saber lo que es Granada en su totalidad.
Guardó unos minutos de silencio y yo aproveché para seguir anotando lo de hace unas tardes en el Carmen de los Escudos. A los tres minutos de entrar nosotros salió la madre. Joven ella, guapa, muy amable y nos saludó con una educación exquisita. Le correspondimos y enseguida le dijo la niña:
- Al pasar por la calle hemos visto las plantas rebosando por encima de las paredes de tu casa. Nos ha gustado y por eso hemos llamado. ¿Nos enseñas tu jardín y nos lo explicas algo?
- Os lo enseño con gusto. Pasad y mientras lo recorremos los veis despacio.
Y lentamente la madre nos fue llevando por cada uno de los rincones de su jardín.
Hacia el fondo primero. Y enseguida vimos que su jardín es rectangular. Con muchos arriates llenos de lirios, peonías, tulipanes, rosales, lilas, glicinias, almendros, naranjos y granados. Todos los pasillos empedrados y en el centro la piscina. En el lado que da para el río Darro, crecen un par de cipreses y dos gruesos caquis. Uno de ellos se ha secado. Al verlo preguntó la niña:
- ¿Es tan viejo que ya no puede vivir más?- Quizá pero fue el otro año, cuando vinieron aquellos fríos tan grandes. ¿Lo recordáis? Nosotros lo hemos sentido mucho porque es un árbol hermoso. Sus años infunden tanto respeto que hasta me da pena cortarlo. Aunque esté seco y ya no dé ni hojas ni frutos, queremos conservarlo. Que se pudra aquí lentamente con la misma dignidad que tenía cuando estaba verde.
- Mirad para ese lado.
Y nos indica para el lado que da a la Alhambra y a Sierra Nevada. Las blancas cumbres se ven allá a lo lejos, todavía con mucha nieve y por eso reluciendo cual purísima sábana que cayera desde el cielo. La Alhambra no se ve desde donde estamos parados. Nos la tapa el edificio que ella quiere que miremos y los árboles. Nos dice de nuevo:
- El edificio y lo que veis al otro lado ya no pertenece a mi carmen sino al de los Monfies.
El Carmene de los Monfies nos queda un poco al poniente y para el lado de Sierra Nevada. No podemos verlo claramente pero sí distinguimos los árboles y otras muchas plantas que sobresalen por entre las casas y las tapias. Y en el rincón que ella quiere que veamos hay una vieja construcción. En forma de torre con ventanas y balcones, por completo toda cubierta de hiedra desde arriba abajo. Pero más cerca de nosotros y en el terreno del carmen que pisamos, crece un caqui. Es compañero del que se ha secado pero mucho más esbelto, viejo y recio. Lo corona una inmensa copa casi redonda y el tronco lo tiene pelado y lleno de heridas. Pregunta la niña:
- ¿Cuántos años tiene?
- Yo creo que pasa de cien y por eso lo valoramos tanto. Tengo miedo que cualquier día se nos seca y sería una pena.
- Comprendo que te preocupe.
- Sería una pérdida muy valiosas. Y más por lo que ya hemos dicho: un árbol, en cuanto pasa de veinte años, yo creo que debe ser algo sagrado. Merece el mismo respeto que una persona. Y un árbol como éste que vemos es un verdadero tesoro.
Y, al oírle esto, pensamos nosotros en nuestro Cortijo de la Viña y en el Anciano. Tierras donde hay nogueras y robles con más de doscientos años. Y donde los manantiales son de aguas tan puras que da miedo tocarlas.
- Aunque no nos conocemos porque es la primera vez que nos vemos ya ahora mismo te invito para que un día vayas a nuestro Cortijo de la Viña.
Y preguntó ella:
- ¿Es un carmen en este barrio del Albaicín?
- Sí y no. Pero es como este barrio del Albaicín en algunas cosas. Porque pertenece a Granada, tiene mucha hierba y bosques, abundantes aguas claras, sol, flores y mariposas en verano, otoño y primavera. Llueve y hace frío y nieva cuando llega el invierno. Y por allí hay tantas clases de árboles y abundan tantos las aves silvestres que es todo un mundo lleno de vida y belleza. Y, además de esto, en nuestro Cortijo de la Viña hay algo que no existe en ningún otro lugar de la tierra.
Se produjo un momento de silencio y, mirándonos fija, preguntó ella:
- ¿Qué es ese algo que proclamas con tanto entusiasmos?
Mientras la niña le ha ido contando estas cosas nos hemos movido despacio por todos los pasillos y rincones del jardín de su carmen. Nos ha enseñado las plantas de lilas cuajadas de flores moradas y blancas, algunos rosales todavía con pocas rosas, las matas de bogambillas, los gladiolos y los narcisos y los mil ramos de glicinias colgando de las ramas de los árboles. Y hemos ido descubriendo que el jardín de su carmen es fantástico. Grande, muy cuidado, repleto de árboles y plantas pequeñas así como macetas y arriates. Tienen mucha luz y mira para el lado de Sierra Nevada y la colina de la Alhambra aunque no se ve desde este lugar. Y algo asombroso: entre los muchos árboles que crecen en este jardín cerrado y bien cuidado, vive un almez. Un fantástico ejemplar que, por su altura y vejez, se parece mucho al que hay justo al lado de la Puerta de las Pesas. Nos dice ella:
- Eso si es una pena. Las vistas desde mi carmen son escasas. Su situación no es tan buena como la de otros muchos cármenes pero aun así yo tampoco lo cambio por nada.
Su carmen corona el cerro de S. Miguel Bajo y, las mejores vistas se observan en todos aquellos cármenes que se extienden por la ladera, alzados sobre el río Darro frente a la Alhambra. Por ejemplo: el Carme de los Cipreses, el de la Virgen de las Angustias, el de San Agustín…
Cuando ya nos estamos despidiendo y le damos las gracias por habernos acogido con tanta confianza y cariño, pregunta ella de nuevo:
- ¿Qué es lo fantástico en tu Cortijo de la Viña?
Y convencida hasta los tétanos y llena de solemnidad le dice la niña:
- En el edén del Cortijo de la Viña lo fantástico es el agua. Hay tanta y toda tan pura que sentarse al borde de uno de aquellos arroyuelos o ríos, vale por una vida entera. Por eso te repito, cuando tú quieras ve a mi cortijo. Debes conocerlo para que compruebes que no te miento.
- Pues iré un día cuando ya la primavera esté algo más avanzada.
- Si queréis ver mi casa por dentro os la enseño con mucho gusto. Ya que estáis aquí y he descubierto que sois personas de paz y amante de lo bello, quiero que sepáis que mi casa tiene para vosotros las puertas abiertas de par en par.
Le damos las gracias y nos despedimos, diciéndole que volveremos.
Y, cuando ya caminamos por la calle, la niña me dice:
- ¡Qué mujer más buena! Todas las personas que viven y tienen cármenes en este barrio del Albaicín ¿son como ella?
- Conozco yo poco a las personas que tienen cármenes en este barrio del Albaicín. Pero seguro que las personas que viven por aquí serán como en cualquier otra parte del mundo: algunos, quizá muchos, tendrán buen corazón y serán educados y bondadosos. Y otros, puede que sean todo lo opuesto.
- Como la vida misma.
- Así es, como la vida misma.
Y los dos guardamos silencio. A nuestras mentes, acuden en esto momento, los recuerdos de hace unos meses. Nos acordamos de ti y de otras personas que, aunque no son amigas tuyas, tienen cosas en común contigo. Y la niña y yo sentimos cierta tristeza. Los recuerdos que acuden a nuestras mentes no están llenos de gozo sino de lo contrario. Pero al menos yo no tengo ningún deseo de hablar de ello. Y me doy cuenta que ella tampoco. Sin embargo, mientras caminamos subiendo por la calle Tiña hacia Santa María la Real, me comenta de nuevamente:
- ¡Qué bonito hubiera sido compartir esta experiencia con ella! Con ella la especial y con las otras personas que también conocemos. Estoy seguro que les habría gustado mucho todo lo que por este barrio estamos descubriendo. ¡Qué bonito sería si pudiéramos compartirlo con todos ellos!
Y a mi mente, también en este momento, acude el Anciano. Me comenta ella, como si acabara de adivinar mi pensamiento:
- Pero el Anciano es punto y a parte. Él solo ha dejado, en esta tierra y en nuestros corazones, amor y belleza. ¡Qué hombre más bueno!
14 de abril: Rocío de primavera
- El rocío sobre las flores que por aquí ha traído la primavera, es tan delicado que no parece cosa de este mundo.
Y claro que tiene razón ella. Y más razón tiene en lo que también otras veces me comenta:
- Cada día comprendo un poco más por qué el Anciano era tan amanta de la hierba, de la lluvia y del rocío.
Y al oírle esto casi siempre le digo:
- El anciano no tuvo muchos amigos en este mundo. Ya sabes las veces que nos dijo que siempre había sido un incomprendido. Que solo nosotros lo tratábamos con el respeto y cariño que merecen las personas. Por eso era tan amigo nuestro, de la lluvia, la hierba y el rocío.
- Cada día lo voy comprendiendo algo más.
Al irse hoy la niña al colegio ha recorrido la misma senda que muchas veces recorría el Anciano. Y como los campos están llenos de lirios bañados en rocío, de una cosa y otra ella se ha contagiado. Y me ha dicho:
- Sigue ordenando las fotos y los apuntes que tomamos el otro día. Que nos salga cada día mejor lo que estamos contando de la primavera en Granada. Cuando luego vuelva de colegio me lo lees y lo dejamos bien puesto en el cuaderno. Es necesario que todo nos quede como el mejor homenaje a nuestro amigo el Anciano y a la amiga que tanto hemos querido. Y me he puesto a ordenar las cosas. Del barrio del Albaicín, sus cármenes y jardines y la primavera por estos sitios. Ya tenemos mucho recogido, mucho y todo bueno. Después de estos días de lluvia, la primavera tiene una cara nueva. Tanto que hasta parece otro todo este barrio y lo mismo lo jardines en los cármenes.
La puerta del Carmen de los Escudos da a la calle Tiña. Y por esta calle, en cuanto se sube unos metros, se llega a la calle de Santa Isabel la Real. Calle por donde pasan los autobuses y por eso importante además de bonita. Ella recorre todo el Albaicín, por lo más alto del cerro, bajando desde el Mirador de San Nicolás, hasta el Mirador de la Lona, calle Alhacaba y Puerta Elvira.
Pues al llegar a esta calle principal, aquella tarde nosotros, nos vinimos para la izquierda, dirección a la plaza de San Miguel Bajo. Pero antes de llegar a esta plaza, también por el lado de la izquierda, nos encontramos con la calle Cauchiles. Por ella bajábamos cuando me preguntó la niña:
- ¿Habrá alguien esta tarde en Carmen de los Monfíes?
- Por llegar y llamar no perdemos nada. Pero me han dicho que aquí siempre vive alguien.
- Sería una gran suerte que nos atendieran y nos enseñaran este fantástico carmen.
Y ella pensaba correctamente. Porque el Carmen de los monfíes es un punto y a parte entre los demás cármenes del Albaicín. Los rosales y las glicinias sobresalen por encina de las tapias con una exuberancia que asombra. Y los cipreses que aquí crecen se ven desde muchos sitios de este barrio. Le dije a la niña:
- He preguntado a varias personas y todos me han dicho que este carmen es fantástico. Que tiene un jardín muy cuidado, grande y hermoso. Y también todos me dicen que ahora en primavera este jardín es digno de ver. Que merece la pena que nos lo enseñen y expliquen despacio y con todos los detalles.
- ¡Ojalá tengamos suerte! Y por cierto ¿sabes tú lo que significa la palabra “Monfíes?
- Sí, el significado de la palabra monfí -del árabe munfi- es el de desterrado o exiliado. El término tiene distinto significado según sea empleado por moriscos o por castellanos. Los Monfíes eran bandoleros que solían actuar en cuadrillas. Salteadores y criminales para los cristianos, vengadores e incluso héroes para los moriscos, su acción se encuadra en el auge del bandolerismo mediterráneo en el siglo XVI y en el particular de las condiciones granadinas, en la Alpujarra.
Y tuvimos suerte. Bajábamos ya por los primeros metros de la calle Cauchiles y al frente íbamos viendo la entrada al carmen. Una gran cancela de hierro incrustada en un frontal de tapia y ladrillos vistos. A la izquierda de esta puerta nos saludaba hermosa la vivienda del carmen. Construida en forma de torre cuadrada, rematada en tejado de tejas y ventanas todas de madera. Dos plantas emergían por entre los cipreses y como protegiendo al jardín que se extiende por abajo y recogido por las tapias que, por el exterior, van dándole forma a las calles.