¿Islas en el corazón del barrio del Albaicín? ¿De qué y para qué? Pues sí, y con un valor que con nada se pueden comparar. ¿Que cómo son, dónde se encuentran y de qué modo es posible verlas? Te lo explico a mi manera.
Cada placeta en este barrio, cada calle, cada espacio en la entrada de los cármenes, balcones y ventanas, son mucho más de lo que se puede ver con los ojos de la cara. Y, sobre todo, cada balcón decorado con macetas, cada huerto y cada azotea o terraza. Porque, tras el verde de las plantas y más allá de los colores de las flores, hay un espacio de sueños revestido de una belleza mágica. Como si estuviera preparada para que cada una de las personas que viven en estas casas puedan asomarse a los valles de su propia alma.
Como si dentro,
más allá de la cara
que muestra el invierno
o la fría mañana,
hubiera una isla
mágica.
Un mundo secreto
que gusta y llama
y que no tiene nombre.
Es el alma
de la luz y el silencio
que grita y calla.
22 de enero: universitarios en el invierno de Granada
Al comienzo del otoño, llegan los universitarios. Ya sabes: algunos son de Granada mismo, de la provincia, de Andalucía, de España y de muchos partes del mundo. Del norte, sur, este y oeste. Hasta del país blanco que tanto por aquí has proclamado.
Por eso, al comienzo del otoño, en Granada entera y en el barrio del Albaicín, ya se anima el invierno. No por las lluvias o las nubes o las fiestas o las nieves en las cumbres de Sierra Nevada. Aunque también por todo esto. Pero muy significativamente por la llegada de los universitarios.
¿Que si traen ellos algo de bueno a la ciudad y a este barrio del Albaicín? Claro que sí. Y no solo algo sino mucho y todo repleto de juventud y frescura. Por ejemplo: en la segunda plaza, a la derecha de la calle más importante del barrio, la que se le conoce con el nombre de Pages, hay un patio con muchas flores. Y, en este lugar, a lo largo del año y sobre todo ahora en invierno, los universitarios celebran fiestas. Ponen música, banderitas de colores, algunos globos y barras con bebidas y ríen y bailan. Así que esta plaza, la que también se le conoce con el bonito nombre de Fátima, se llena de vida un poco más ahora en invierno. Como si se contagiara de las fiestas y bailes que, a lo largo del curso, organizan los universitarios por muchos rincones de Granada.
Y esta tarde, invierno total porque estamos en pleno enero, en el patio de las flores que hay en la plaza Fátima, se celebra una fiesta. A lo pequeño porque por este barrio nada es grande aunque sí todo muy bello. Ya lo he dicho muchas veces. Sin embargo, la tarde de hoy, aunque llena de colores, música y alegría por la juventud de estos universitarios, otra vez no parece invierno. Solo un poco por las nieves que blanquean en las cumbres de Sierra Nevad y por las ramas de los árboles desnudas de hojas. ¿Sabes? Yo pienso que todo sería mucho más completo si hiciera frío y lloviera. A los universitarios, a Granada y al barrio del Albaicín, también les gustaría que el invierno fuera más auténtico.
Por la plaza
del musgo en las piedras
y la fuente sin agua,
tres gorriones libres,
saltan.
Por la tarde
de las sombras claras
y un silencio tan hondo
que habla,
lo más importante,
falta.
23 de enero: plaza de Aliatar
La siguiente y última plaza a los lados de la calle Pages según se baja, es la de Aliatar. La más grande de todas, también rectangular, algo parecida a plaza Larga, empedrada, con asientos a los lados, una fuente y árboles. Se ve, desde esta plaza, toda la ladera de las cuevas, las cumbres de Sierra Nevada, la torre de la iglesia del Salvador y la altura por donde se encuentra el mirador de San Nicolás. ¿A que te suena? Como bien sabes este mirador es a donde acuden muchos de los turistas que visitan Granada y el barrio del Albaicín.
Y también pasa casi igual, con esta plaza de Aliatar. Sobre todo en verano y en estos azules días de invierno. Los turistas, sino todos sí muchos, a la hora de la comida, se concentran en este lugar. Dos o tres restaurantes, al lado de la izquierda, ponen mesas por todo el recinto de la plaza. En ellas se sientan estos turistas y aquí, al aire libre y acompañados por el entorno de las casas del barrio, comen o beben o simplemente toman sus tapas mientras charlan. Es precisamente esta plaza el recinto donde más turistas se concentran. Porque este bonito lugar, junto con plaza Larga, parece que también es lo más atractivo de todo el barrio. Aunque yo creo que no es así del todo.
¿Y ahora, en estos días de invierno? Esta tarde mismo, me la encuentro solitaria. En cuanto pasa la hora de la comida del mediodía, los turistas se marchan y solo queda por aquí los bancos, la fuente, los árboles sin hojas, algunos gorriones y poco más. Y sin duda que verla así agrada mucho más que cuando está atestada de personas. Por eso, esta tarde, por aquí me quedo un rato y respiro el aire, el silencio, el azul del cielo y el paso imperceptible del invierno. Tampoco hoy lo parece a pesar de que ya queda poco para que termine el mes de enero.
A veces me pregunto
el por qué tanta ausencia
en todas estas calles
aunque estén tan llenas.
Y huele a fresco el musgo
por entre las piedras,
el sol brilla purísimo,
el aire amigo besa
mas la tarde toda en sí
es ausencia.
24 de enero: plaza del Salvador A solo veinte metros de la plaza Aliatar, se encuentra la del Salvador. Última plaza por este lado del barrio del Albaicín. Se recoge entre cadenas, empedrada, tres bancos, un magnolio enano y en pequeño estrado. Tres escalones tiene esta plataforma que sirven para acercarse a la puerta de la iglesia. La que da paso al interior del templo del Salvador. ¿Sabías tú que esta iglesia es la más importante del barrio? Pues es cierto. Es la principal iglesia y también se alza justo en el centro del Albaicín Alto. Por eso aquí mismo termina la calle Pages y también la de la Cuesta del Chapiz.
¿Que si en esta plaza hay algo importante que no haya en las otras? Las casas que rodean, al frente de la puerta de la iglesia y las de la izquierda, ni siquiera parecen significativas. Algunas puertas y ventanas, cerradas, sin flores, sin azulejos, sin adornos… Parace que en ninguna de estas casa vive nadie y sin embargo se les ve limpias. ¿Están ocupadas por estudiantes universitarios? Creo que sí porque esta zona es muy atractiva para ellos. Aunque no sea bonita, como se encuentra casi en el centro, es muy cómodo acceder a este lugar. Ahora mismo, mientras la tarde cae, no deja de pasar gente, autobuses, coches, motos, bicicletas…
Y sin embargo, desde esta plaza no se ve Sierra Nevada. Sí se distingue con claridad la ladera de las cuevas y la ermita que corona al cerro. El sol de la tarde le da de lleno y, tanto las paredes de la ermita como la hierba en la ladera, brillan con fuerza. Lo mismo las chumberas y el musgo en el empedrado de la plaza. Como si no fuera invierno, un día más, y otro día menos en el mes de enero. Tan buen tiempo hace que hasta a los estudiantes universitarios ya se les oye comentar sus deseos de ir a la playa. Sobre todo, aquellos venidos de los países del este. Por allí, sí tienen ellos un recio invierno y no como este año nosotros por aquí.
A enero le queda
solo cuatro días.
Dos mañanas de niebla,
una tarde de lluvia
y un poco de hierba
es el invierno
que por aquí deja.
Y sin embargo con él
sí se lleva
lo que pudo ser invierno
y está siendo primavera.
25 de enero: paisajes en el corazón El Albaicín, en su parte alta, en lo que es zona llana entre la ladera de las cuevas y el mirador de San Nicolás, es algo más que un barrio antiguo. Según lo voy recorriendo, cada noche lo sueño y cada mañana lo veo más como un paisaje dentro del corazón. Y aun más lo veo como un puzzle que hay que ir completando, para darle forma a este paisaje.
Porque eso es lo que son cada plaza pequeña, cada calle, cada rincón, que en estos días he ido pisando. Cada trozo de estos es una pieza del puzzle que conforma el hermoso paisaje del Albaicín Alto. Y el corazón lo sabe. Mucho más que los ojos que lo miran y más aun que las hojas de papel que lo explican. Por eso este barrio y, muy concretamente el Albaicín Alto, se recoge tanto en sí. Como si cada metro y cada tarde y mañana y al mediodía, fuera un pequeño intento de meterse más en el corazón de sí mismo. De este modo es como lo sueño cada noche y así es como lo veo y hasta lo gusto en mi interior. Como un paisaje sincero y único que solo aspira a ser auténtico. A ser él mismo y lo más hondo posible en el corazón, que es donde tiene su propia esencia.
Y esto que digo, me lo confirma una vez más, la recogida plaza Charca. Un paisaje más, hermoso y mudo, en el conjunto del puzzle que estoy describiendo. Se llega a esta plaza, desde la iglesia del Salvador, siguiendo la calle que hay por detrás. Y la plaza en sí es un cuadrado casi perfecto, recogido en sí, con una tienda de alimentos naturales y un restaurante. En el lado de abajo, crece un árbol centenario. Hermoso como pocos en este barrio y por eso lo han recogido dentro de un alcorque metálico. Y, en todo los demás, la misma serenidad y misterio que he dicho antes. Y, en esta tarde de enero casi verano, como si todo por aquí estuviera preparado para engrandecer un poco más el paisaje que decía antes.
En el corazón cabe,
además de sueños
y las caricias del aire,
el misterio de este barrio,
el sol, la tarde…
Y un sentimiento puro
tan amable
que en sí lo es todo
hecho paisajes.
26 de enero: plaza Larga Fue, en otros tiempos, el mismo centro de este barrio. La parte que cae en el llano y se le conoce por el Albaicín Alto. Ahora sigue siendo centro aunque no tanto. Todo ha cambiado un poco y, como hay más rincones parecidos a éste, se ha quedado casi en uno de los lados. Más cerca de la muralla y del mirador de San Nicolás. Pero aun así no ha perdido su importancia ni en cuanto al lugar que ocupa ni a su utilidad ni a su interés para los turistas.
Casi todos los que se acercan a este barrio pasan por esta plaza. O al principio, si suben por la Cuesta Alhacaba o al final, si llegan por otro lado. Y muchas de estas personas acaban sentándose en las mesas que los restaurantes ponen aquí. A la hora de la comida al mediodía, como en la plaza de Aliatar, son muchas las personas que se sientan aquí para comer. Y claro que se come con otro ánimo, sentado en un marco como éste. Por eso hay por el lugar, casi siempre, mucha gente. Sobre todo los fines de semana, en verano y en la época de vacaciones.
La forma de esta plaza es por completo rectangular. Su empedrado es el típico granadino con ladrillos de canto. Cuatro bancos tiene en cada lado y, entre cada uno de ellos, un árbol viejo. Y no hay más. Solo las mesas y las sillas que ponen los restaurantes, las personas que pasan, los niños que juegan, los gorriones que corresponden a esta plaza y la tarde de este día de invierno. Hoy con un poco de frío, sin nubes como en los días pasados y azul el cielo. Tampoco es invierno aunque lo sea.
¿Sabes lo que quisiera
para que la tarde
no fuera
tan soslayada y gris
aunque sin niebla?
Que fuera cierto
mi sueño color de hierba
y que un ángel azul
viniera.
¡Es tanto lo que sobra y falta
en la tarde bella!
Pero el cuadro se completa con los paisajes que rebosan por los lados. Desde el mismo mirador, caen las casas para el río Darro. Calles estrechas y empedradas y pequeñas plazas que van configurando el Albaicín Bajo. No se ve todo desde este mirador pero sí mucho y quizá lo mejor. Porque a la derecha y bajando por la ladera hacia Plaza Nueva, el cuadro que se abre es fantástico. Tejados de casas viejas y bellas, calles muy estrechas, jardines y patios ajardinados y así hasta llegar a Plaza Nueva. Río Darro otra vez y comienzo de los bosques de la Alhambra. Y, a partir de aquí, ya se ve toda la ciudad de Granada derramada sobre las tierras llanas de la Vega. Una extensión muy grande que van completando el gran cuadro que se ve desde este mirador.
Y, en las tardes o mañanas del invierno, contemplar este cuadro desde el Mirador de San Nicolás, es una experiencia única. Porque la bruma, la sombra de las nubes, la lluvia, la niebla o los rayos del sol, siempre prestan un matiz casi irreal. Granada y todos estos rincones que he dicho, desde el mirador y en invierno, es como un sueño que hiere y acaricia y a veces hace llorar con la dulzura de un beso.
Quizá por todo esto y por algo más que resulta difícil describir con palabras, es por lo viene a este sitio tanta gente. A todas horas y casi todos los días del año. Turistas extranjeros, españoles o granadinos. Como si fuera cierto que recorrer Granada y no observarla desde el Mirador de San Nicolás, es perderse lo mejor. Y lo creo. Es un cuadro único el que desde aquí se ve y, en las tardes o mañanas de invierno, sin comparación con ninguna otra cosa en este mundo.
Las personas que vienen a este lugar, a veces, se sientan y observan sin prisa. Dejando que pase la mañana, el mediodía, la tarde… descubriendo lentamente cada trozo y matiz del cuadro que desde aquí se ve. Y, ahora en invierno, cuando las nubes revolotean sobre la lejanía de las cumbres nevadas y sobre la colina de la alhambra, las personas se quedan embelesadas. Mirando y mirando como si quieran penetrar cada pincelada de belleza que el grandioso cuadro les brinda. Y esto es algo muy interesante. Porque Granada entera y mucho más este mirador de San Nicolás, merece ser observada y meditada serenamente y sin prisas.
Y esto es lo que, en estas frías tardes de invierno, hago. Me vengo a este lugar y sin prisa, por aquí me quedo mirando. A los árboles que por estos días han podado, a los turistas que llegan y hace fotos, a los paisajes llenos de los más extraños tonos y a la ciudad extendida en la Vega. Y espero, como otras muchas personas, a que se ponga el sol. Porque además de todo lo dicho, las puestas de sol desde este mirador, sí son realmente únicas. Llenas de unos colores que no tienen igual y más cuando en el cielo hay nubes. Por eso lo he dicho y lo repito: las puestas de sol de Granada son bellas como en ningún otro lugar del mundo. Pero las puestas de sol, observadas desde el Mirador de San Nicolás, son pura fantasía. Tan espectaculares que merece la pena perder el tiempo mirando y meditando el más bello de todos los cuadros jamás pintado por humano.
2- Romería al Sacromonte, fiesta de invierno En el primer domingo de febrero es cuando tiene lugar esta fiesta. San Cecilio es el copatrón de Granada y, en su honor, todos los años hay una romería a la Abadía del Sacromente. Edificio sobre las laderas del río Darro, cara al sol del mediodía y por donde no hay casa ni caminos.
De uno de los cuadernos del Anciano del cortijo del Laurel, amigo de la niña del Cortijo de la Viña y mío, rescato y pongo aquí lo que él escribió, hace unos años, de esta fiesta de inverno en Granada:
“Desde la ermita de San Miguel Alto, a media altura entre el río y la cumbre del cerro, va una vereda hasta la misma Abadía del Sacromonte. Ayer fue San Cecilio aquí en Granada, patrón de esta ciudad y la gente lo celebró. Como todos los años por estas fechas las personas que viven en esta ciudad celebran esta, para ellos, bonita fiesta. Y lo celebran a su modo como pasa en casi todas las ciudades y pueblos del mundo. Es para ellos esta fiesta como una romería un poco distinta a como son las romerías en otros sitios. Porque lo que hacen es irse andando al rincón de la Abadía del Sacromonte y por ahí se pasan el día comiendo tortillas, habas verdes, tortas grandes que por aquí le llaman “Jayuyas”, roscos de vino o de garbanzos y otras cosas más o menos típicas de estos lugares. Montan un tablao flamenco por debajo de la vieja abadía y durante la mañana ahí bailan grupos de muchachas jóvenes y en otros rincones, como en el barranco de los Negros, hay cante flamenco, paella y estas cosas. Lo propio de estas romerías en los pueblos y ciudades. Es como un día de campo aprovechando que por estas fechas ya la naturaleza está verde y como por esta zona hay pinares, encinares, tomillares y otra vegetación, gozan de las bellezas naturales al tiempo que se pasan un bonito día en contacto con la naturaleza entre los amigos o familiares.
Sinombre y yo ayer fuimos a dar una vuelta por el rincón, que ya conocemos, pero no con el ambiente de estas fiestas. Entramos siguiendo el trazado de la Verea de En medio que va desde el barrio del Albaicín y se mete hasta los barrancos de los Naranjos y los Negros por donde las cuevas y los tablaos flamencos. La gente subía por el camino del Sacromonte, por esta Verea de En medio y otras calles. Todos los caminos y calles se veían atestadas de personas camino del rincón de la Abadía. Bebimos en la fuente de la Amapola que ya conoces porque te lo hemos dicho otras veces y seguimos por este trazado un poco más. Cruzamos un primer barranco y en el segundo nos venimos hondonada arriba siguiendo un camino empedrado que por ahí han arreglado y entramos a un recinto especial. En un pequeño folleto que nos dieron al entrar al pudimos leer: “El Centro de Interpretación del Sacromonte es un instrumento para dar a conocer la cultura, la naturaleza y la historia de este singular barrio. En él hay un Museo Etnográfico en el que se recrea la vida en las cuevas y los oficios tradicionales y un Aula de Naturaleza con rutas sobre el medio ambiente, geología, botánica, clima y paisaje. La visita puede durar una hora pero se puede permanecer en el recinto todo el tiempo que se quiera.” Un grupo de jóvenes de aquí de Granada han acondicionado este barranco y se lo muestran a los turistas para que se hagan una idea de las cosas de esta misteriosa ciudad. Y lo que dentro de este recinto se puede ver son varias cuevas perfectamente acondicionadas ocupada cada una con algo diferente: vivienda, cuadra para mulos, caballos y burros, cestería, cocina, cerámica, fragua, telar, esparto, mimbre, sala de exposiciones, tablao flamenco al aire libre, asientos sobre la ladera de la montaña para saborear estos espectáculos, algo de jardín botánico, algo de huerto, barra donde se pueden saborear exquisitas paellas, chorizos, morcillas, migas y otros platos propios de estas tierras. Hay una pequeña fuente donde se puede beber y varias especies de plantas aromáticas y que se dan por la Dehesa del Sacromonte. También y, junto al tablao flamenco, se ve una pareja de burros para que los turistas los alquilen y se den un paseo por el recito. Propiamente son los niños los que disfrutas de estos animales.
Sinombre y yo estuvimos un ratico por este singular rincón y visitamos varias cuevas, nos comimos un pequeño plato de paella, porque nos invitaron, saludamos a los dos burros que ahí estaban los pobres amarrados esperando que llegaran los turistas para alquilarlos y una niña guapa, cuando me vio con Sinombre, me dijo:
- Déjame que me dé un paseo sobre el lomo de este burrito tuyo.
Sentí contrariarla porque a los niños siempre hay que tratarlos con amor. Pero le dije:
- Este burro no se alquila ni pasea a turistas. Es un borriquillo especial.
- Es lo que te iba a decir que es un burro precioso. ¿Me dejas que me haga una foto con él?
- Tampoco este burro se hace fotos con nadie. Ni siquiera conmigo. Si quieres te hago una foto con algunos de esos dos que están ahí amarrados esperando que alguien los alquile para darse un paseo.
- ¡Pues vale! Si no me puedo hacer una foto con tu burro especial me la haces con uno de estos dos que también son pipiretos. Pero luego te voy a preguntar una cosa.
Y la niña se puso abrazando el hocico de unos de los dos burros que alquilan a los turistas para que le hiciera la foto. Se la enseñé y le moló, como se dice ahora. Luego me preguntó:
- ¿Quién se puede pasear entonces en este burro tuyo?
- Solo yo alguna vez que otra y una amiga que tenemos nosotros dos. Nadie más se pasea ni se hace fotos con este amigo. Lo siento por ti porque eres una niña muy guapa.
- ¡Pues qué suerte tiene esa amiga vuestra! Me gustaría conocerla pero por si no la veo nunca dile que es muy afortunada. Nadie en el mundo tiene un burro tan mágico como este tuyo. Así que un besito para los dos y gracias por la foto. ¡Adiós adonis pipireto!
Y la niña se fue con sus padres. Sinombre le dio un beso a su manera y yo lo vi. Ella no se dio cuenta pero yo sí me di cuenta que Sinombre se sintió orgulloso de tenerme por amigo y lo mismo de tenerte a ti por amiga. Me lo dijo mientras nos retirábamos del rincón subiendo por la senda que va surcando la ladera dirección a la abadía de Sacromonte. También me dijo: “¡Qué pena me dan esos pobres burros! Ahí vestidos con esos cordones, aparejos, jáquimas y demás solo para que algún turista se fije en ellos y pague una moneda por darse un paseo sobre su lomo. Me da pena.” Le digo a Sinombre:
- Lo mismo opino pero ya ves cómo son las cosas en este mundo. Las personas se mueven casi exclusivamente por el interés del dinero y les importa poco que un pobre borriquillo esté ahí todo el día amarrado a un palo con tal de ganar dinero. Dicen que son amantes de la naturaleza y de los animales pero luego la realidad es la que es. Nuestro aprecio por estos de tu especie pero con suerte muy distinta a la tuya. No se merecen lo que están viviendo pero ¿qué podemos hacer nosotros?
Remontamos por la ladera del Barranco de los Negros y por debajo de los pinos cogemos la senda. Es una preciosa senda tallada en la pura tierra de la solana que avanza saltando de un barranco a otro casi por la misma curva de nivel hasta encajarse en el edificio del Sacromonte. Cuatro son los barrancos y nosotros los recorremos desde el menor al mayor. El primero queda más pegado a la muralla y cerca de la Fuente de la Amapola, el que le sigue es el de los Naranjos, el que viene a continuación es del de los Negros y el mayor de todos que es el Barranco del Sacromonte. Éste es al más largo y hondo y vamos desde el barranco de los Negros al del Sacromonte. En cuanto se atraviesa esta depresión, que también tiene un arroyo pronunciado, al remontar la ladera queda el gran edificio de la abadía. Mientras recorremos la angosta senda, del barranco de los Negros al del Sacromonte, te recordamos porque el día tiene cara de bueno. Con un sol espléndido, una temperatura agradable y con el campo vestido con todos los tonos frescos. Y mientras recorremos esta senda vamos gozando de una panorámica única. Por nuestra derecha nos va quedando la gran hondonada por donde discurre el río Darro y al otro lado nos saluda la grandiosa umbría de la Dehesa del Generalife. Se ven personas por todos sitios. Subiendo por el camino del Sacromonte con sus mochilas, sus gorras, sus bastones y niños que corren y gritan. Suben a la abadía. Se ven personas por las laderas que recorremos a la sombra bajo los pinos, sentados sobre la hierba, asomados al valle del río y también yendo o viniendo como nosotros. Casi a los pies nuestros y en lo hondo vamos viendo el tablao flamenco que han montado en el rincón del Barranco de los Negro. Mientras avanzamos por la senda gozamos de los sonidos de las guitarras y de los cantos de la muchacha joven que entona fandangos, soleares y otros palos flamencos. Resulta agradable y curioso este singular espectáculo y en un marco como el que nos regala la mañana y el paisaje. Te recordamos porque como nos gusta lo que estamos recorriendo, viendo y oyendo, creemos que también a ti te podría encantarse. No se goza esto todos los días ni en cualquier lugar del mundo. Y ya sabes: esta vida y las cosas que esta vida regala, si no se comparte con los amigos, todo queda sin valor. Como si esta vida y las cosas que esta vida regala no tuvieran sentido cuando no se pueden compartir con alguien. Por eso te necesitamos en estos momentos, en este marco y en este singular día”.
3- Las flores de los almendros
Mucho antes de que acabe el invierno florecen los almendros. Y, en Granada, este espectáculo es único. Quien no lo conozca y lo viva también se pierde unas de las cosas más bellas en esta ciudad. Por eso, el otro día, viendo que ya han florecido algunos de estos árboles, me acordé de los cuadernos del Anciano del cortijo del Laurel. El amigo de la niña, mío y del borriquillo Sinombre. En unas de las páginas de estos cuadernos, dejó escrito lo siguiente:
“No tardarán mucho, Sinombre, en florecer los almendros. Por eso la niña nuestra me decía el otro día:
- Gelena, una de mis tres tan buenas amigas, me ha preguntado varias veces que cuando florecerán los almendros. Ella lo está esperando porque allí en su tierra no crecen estos árboles. Y, como ahora vive en esta tierra nuestra, quiere verlos florecidos. ¿La llevaremos nosotros algún día a nuestros almendros para que disfrute de este espectáculo?
Tampoco le respondí a nuestra niña. Y no lo hice por dos cosas: donde vive ahora Gelena y sus dos amigas, hay almendros. Justo por detrás del edificio viejo de la cartuja. Desde su ventana pueden verlos y oler sus flores. ¿No te acuerdas del año pasado y el anterior? Siempre que te llevaba por estos sitios nos lo pasábamos bien jugando con las flores de los almendros. ¿A que recuerdas aquel día de la lluvia de pétalos y tú retozando como un díscolo pollinillo? ¡Qué momentos! Y muchas veces nos encontrábamos con algún niño que te miraba y quería venirse contigo. También encontrábamos personas mayores paseando perros pero estos no eran tan divertidos. Pero los niños y las personas mayores y los perros urbanícolas se entretenían mucho corriendo por la hierba y con la floración de los almendros. Por eso a ellos les gustaba y les sigue gustando mucho venir a pasearse por aquí. Para verlos, coger sus flores y olerlas y luego llevárselas en sus manos como recuerdos. ¡Cuánto les gusta a los niños, a las personas mayores, a los perros y a ti, ver las flores blancas y frescas de los almendros! Lo mismo que a Gelena y a Valeria y por eso se lo han dicho a la niña nuestra. ¿Qué haremos nosotros, este año y en esta primavera, para que ellas vivan una bonita experiencia y cuando se vayan, nos recuerden alguna vez entre flores?
Te decía que también tienen ellas almendros por el lado de arriba de su residencia. Por ese sitio que nosotros llamamos “El Puntal de los Almendros.” Es uno de los rincones que nos pertenecen y por donde, en ocasiones, nos vamos. Por este puntal ¿te acuerdes? También hace dos año jugábamos. Cuando teníamos a la Princesa y creíamos en aquellos sueños. ¿A que ahora lo recuerdas? Pues eso: que dentro de unos días ya verás tú cuantas flores cuelgan de las ramas de estos árboles. Estamos en febrero, ya casi en la mitad, y esto es como decir que la primavera llega. ¡La primavera…! ¿Qué nos traerá este año? Pero almendros, para disfrutarlos cubiertos de flores de colores, también hay en muchos rincones de Granada. Por el Sacromonte y el barrio del Albaicín, por el río Genil, por Güejar Sierra, por muchas laderas de Sierra Nevada y las Alpujarras y por el Cerro de la Viña y por las tierras de nuestro cortijo. Por todos estos lugares crecen bien los almendros y por más territorios aun. Así que a Gelena y a Valeria ¿a dónde crees tú que debiéramos llevarlas para que vean la florescencia de los almendros? Yo no lo tengo claro y por eso no le respondí a la niña cuando me preguntó. Porque tampoco sé cual sería la manera más correcta y luminosa de enseñarles estas cosas a ellas. Son personas muy sensibles, ya te lo dije, a la belleza. Y esto hay que tenerlo en cuenta para ayudarles a crecer en lo bueno y despertarle el gusto por las flores y la hierba”.
Esencias relajantes
de colores frescos
que en las mañanas tibias
del invierno,
se mecen en el aire
regalando besos.
Así son las flores
de los almendros
que florecen en Granada
cada invierno.
Esencias que alimentan
a los sueños
y dejan en el alma
blancos deseos.
Flores inmaculadas,
trozos de cielo,
pequeñas pinceladas
de Dios y lo eterno
que en las tibias mañanas
del invierno
se mecen en el aire
cual limpios besos.
4- Atardeceres en el invierno de Granada
Frente a la honda belleza
Cuando las tardes en Granada
caen por el horizonte
de la Vega ancha,
cuando las nubes se tornan
en vivas llamas
y al fondo el azul del cielo
parece derrama
ríos de hondo misterio,
asombrada mira el alma
y eleva una oración al cielo
recogida en si y calla.
Cuando en las horas de invierno
el sol se apaga
allá por la lejanía
de las montañas,
cuando roza suave el viento
acariciando la cara
y de los jardines brotan
esencias blancas,
también el corazón se asombra
y se acurruca en la clara
belleza honda y purísima
del atardecer en Granada.
Dicen que no hay en el mundo
luces más diáfanas
ni colores más profundos
ni lejanías más nachas
ni sensaciones más puras
que las que manan
de los atardeceres serenos
en Granada.
Y es cierto que al caer las tardes,
el cielo en ascuas,
por donde se marcha el río
que baja de Sierra Nevada,
se abre como en abanico
y se desangra.
Son los atardeceres
que tanto encantan
y tanto animan a rezar
y a dar las gracias.
Pero un días detrás de otro
¿sabes qué pasa
en los atardeceres que lloran
y a la vez proclaman
las fantasías más bellas?
Que en la misteriosa luz de las tardes
siempre faltas.
Por eso el alma amiga
reza, espera y calla
frente a la honda belleza
del atardecer en Granada.